Sus rostros se ensombrecieron cuando, sigilosamente, salió de su madriguera un zorro rojizo, silencioso, sosegado, casi reservado. Sofía y Sara no sabían cómo salir de una situación tan extraña. El zorro las miró, sombrío y taciturno, como si no estuvieran allí, paralizadas e invisibles a la vez. Y sin hacerles caso, se puso en camino hasta desaparecer en la espesa bruma.
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