Cuando
se acostó estaba contentísimo: se había librado de la enfermedad
del “Buenos días, buenos días”. Al levantarse, descubrió un
regalo junto a su cama.
-Rápido,
ábrela -dijo su madre.
Óscar
desató el nudo y vio una bola de cristal para sujetar papeles.
-¡Qué
fea es, mamá!
-¿Cómo?
-¡Oh,
no!, ahora tengo la enfermedad de los antónimos.
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